El apartheid digital de Cuba desata una rebelión juvenil

Las nuevas medidas de ETECSA han recibido el rechazo masivo de la población. (Foto: Envato)

El acceso a los datos móviles se ha convertido en un lujo en la isla, y los estudiantes en La Habana han dicho basta al régimen.

Recientemente en Cuba ocurrió algo inusual: los estudiantes de la Universidad de La Habana comenzaron a protestar. Su demanda no era por libertades políticas ni un cambio de régimen, sino por algo tan básico como una conexión a internet asequible.

Hambriento de divisas, el gobierno cubano anunció a finales de mayo un nuevo esquema tarifario para los datos móviles. ETECSA, la empresa estatal que ostenta el monopolio de las telecomunicaciones, incrementó los costos de conectividad, limitando inicialmente a los cubanos a un solo paquete de datos mensual (ajustes parciales fueron introducidos en junio tras el rechazo generalizado). Para tener acceso ampliado, los usuarios tendrían que pagar nuevos planes en dólares estadounidenses, muy por encima de lo que la mayoría puede costear. Para los estudiantes cubanos, que ya sobreviven con lo justo, el acceso a internet se convirtió de pronto en un lujo.

Los estudiantes de la Universidad de La Habana comenzaron a organizarse. En las facultades de Matemática e Informática, convocaron a una huelga académica. Otros celebraron reuniones y utilizaron chats grupales para coordinar una respuesta unificada. Algunos pidieron paros estudiantiles. Otros instaron a las autoridades universitarias a apoyar a los alumnos. Incluso unos pocos hablaron abiertamente con la prensa extranjera, algo casi inaudito en Cuba. Sus exigencias no eran revolucionarias, pero sí claras: eliminar el esquema de precios en dólares y restablecer un acceso equitativo a internet.

En cuestión de días, agentes de la Seguridad del Estado se presentaron en el campus. Las aplicaciones de mensajería comenzaron a ralentizarse. La universidad reafirmó su lealtad al Partido Comunista de Cuba. Era el mismo guion que el régimen ha seguido durante décadas, pero esta vez, menos estudiantes retrocedieron. Esta es la toma de conciencia de una generación. Un rechazo a aceptar la exclusión, la censura y el castigo económico como el precio por ser joven y emprendedor en Cuba.

Cuando los estudiantes se levantan contra un régimen que controla desde los planes de estudio hasta las señales de celular, no están simplemente pidiendo acceso más barato a WhatsApp, Google y Facebook. Están pidiendo respirar intelectualmente: pensar, cuestionar y hablar sin miedo.

En la Cuba donde crecí, bajo la tiranía de Fidel Castro, los estudiantes no podían cuestionar. Se esperaba que repitieran consignas. Alabar al Partido Comunista era rutina. Las universidades no existían para desafiar al sistema, sino para validarlo.

Durante mucho tiempo, esa fórmula pareció funcionar. Por eso estas protestas actuales son tan significativas. Hacen eco de un día que todos los cubanos recuerdan: el 11 de julio de 2021, cuando decenas de miles salieron a las calles en ciudades y pueblos de toda la isla. Exigían comida, electricidad, medicinas... y libertad. Muchos eran jóvenes. Fueron recibidos con toletes, balas y sentencias de prisión. Cientos siguen tras las rejas hasta hoy.

El miedo ha sido la herramienta más poderosa del régimen cubano. Durante décadas, logró silenciar incluso a los ciudadanos más íntegros. Pero el miedo pierde su fuerza cuando la gente se da cuenta de que ya vive sin nada que perder. Esa comprensión es la que da lugar a actos de valentía pública. Y eso es lo que estamos viendo ahora.

Estamos empezando a ver cómo se repite la misma historia en otras autocracias del mundo. En Irán, tras la muerte de Mahsa Amini en 2022, las mujeres jóvenes lideraron protestas masivas en todo el país. En China, los estudiantes alzaron hojas en blanco como un acto de desafío silencioso a la censura durante la pandemia. En Venezuela, los estudiantes tomaron las calles mientras su país colapsaba. Ahora en Cuba, nuevamente son los jóvenes quienes dicen “basta”.

El régimen cubano aún habla de “igualdad”, pero solo en abstracto. Esta política de internet revela su verdadera naturaleza. Es un bozal digital. Separa a quienes pueden permitirse hablar de quienes no pueden. No se trata de acceso, sino de control. Y los jóvenes están resistiendo cada vez más al autoritarismo.

Muchos jóvenes cubanos no están alzando la voz en protesta. En cambio, están haciendo las maletas. Entre 2022 y 2023, más de un millón de cubanos abandonaron la isla, la mayoría con destino a Estados Unidos. Es la mayor ola migratoria en la historia moderna de Cuba. Algunos eran disidentes políticos u organizadores, pero la mayoría eran jóvenes comunes que simplemente habían perdido la esperanza. Ya no creían que su futuro pudiera construirse en Cuba. Ese es el juicio más condenatorio que cualquier régimen puede enfrentar.

Pasé años en prisión en La Habana por decir la verdad. Sé lo que cuesta y lo que restaura. Estos estudiantes nos recuerdan que la libertad no se concede: se conquista, a menudo con gran riesgo personal. Incluso en la oscuridad, la verdad espera su momento.

El régimen todavía controla las armas y las ondas de radio. Pero ha perdido algo mucho más poderoso: la imaginación de su juventud. Su desafío no es solo una afrenta al régimen: es un espejo frente al mundo libre. La rebelión ya está en marcha, silenciosa pero firme, desde La Habana hasta Teherán. Lo que queda por preguntarse es quién tendrá el valor de respaldarla.

Este artículo fue publicado originalmente en la edición impresa del viernes 11 de julio de 2025 en The Wall Street Journal. Martí Noticias lo reproduce con autorización del autor.